La Sirenita de Copenhague lleva casi un siglo a la entrada del puerto que se abre hacia el mar Báltico. La cabeza hace un escorzo para mirar hacia la bocana vigilando el tráfico portuario. Según el cuento de Andersen, los marinos le cuentan sus secretos.El pasado mes de diciembre pudo contemplar a su alrededor a muchos de los miles de participantes en la Cumbre del Clima. Se habían trasladado a la capital danesa para escenificar, una vez más, la ceremonia de la impotencia suicida y comprobar con desaliento la prepotencia de algunos Gobiernos para hacer frente a los males que se predicen desde muy diversos sectores científicos y movimientos ecologistas.
La discrepancia fue total, a pesar de los esfuerzos de algunos países de la Unión Europea, entre ellos España, para minimizar y edulcorar el amargo fracaso. China, India, Brasil y Suráfrica, con el apoyo de Estados Unidos, consiguieron imponer sus intereses y desbaratar la presión mundial para alcanzar un acuerdo vinculante que recorte las emisiones causantes del cambio climático.
Conscientes de la impopularidad y la indignación de muchos sectores ante el fracaso, demoraron a este año la consecución de un posible acuerdo en otra cumbre que se celebrará en México. Seguimos, de momento, con el Protocolo de Kioto, que expira en 2012, ridiculizado por la Administración de Bush, que se jactaba de incumplirlo.
Bolivia, ante la inutilidad del diálogo y la indiferencia de los poderosos, ha convocado en abril de 2010 una cumbre mundial de pueblos indígenas y movimientos sociales para aprobar los derechos de la madre tierra. En ella se escucharán las voces de los que conocen de verdad la magnitud de la catástrofe que nos acecha. Será un grupo de presión, con alternativas para debatir en la cumbre mundial de México.
Resulta que todos son conscientes de los riesgos, pero no todos están dispuestos a frenar su desarrollo. Así que podemos preguntarnos, no sin inquietud: ¿hasta dónde se podrá soportar la velocidad de crecimiento de China e India sin arruinar cualquier posibilidad de evitar las consecuencias catastróficas del cambio climático?
Los que manejamos el Derecho comprobamos a diario las contradicciones entre las leyes protectoras del medio ambiente y las políticas desarrollistas, electoralmente rentables.
Desde la catástrofe en 1984 de la planta química de Bhopal, en la India, con más de 30.000 muertos en una primera aproximación, todos los países trataron de hacer frente al pánico mundial poniendo en marcha medidas legales, incluso penales, para sancionar las agresiones al medio ambiente.
Estamos en condiciones de afirmar que el Derecho Penal no ha conseguido detener la deriva que nos ha llevado aceleradamente al cambio climático originado por los gases de efecto invernadero. La existencia de penas de cárcel para los delincuentes medio-ambientales es más bien simbólica. Será difícil que los encuentren formando parte de los listados de la población penitenciaria.
Algunas Constituciones latinoamericanas proclaman la defensa de la tierra como un bien que incluso tiene derechos que ejercitar o, por lo menos, hacer valer. Las Constituciones de Ecuador (2008) y Bolivia (2009) son un ejemplo que puede marcar el futuro. Los ecuatorianos, en el preámbulo de su Constitución, ensalzan a la naturaleza, la Pacha Mama, de la que somos parte y que es vital para nuestra existencia.
Creo que esta proclamación debería ser asumida sin reticencias por todos los países del planeta. Se considera deber primordial del Estado el desarrollo sustentable y la redistribución equitativa de los recursos y la riqueza para acceder al buen vivir. El buen vivir (sumak Kawsay en quechua) exige un ambiente sano y ecológicamente equilibrado.
El preámbulo de la Constitución boliviana comienza con un canto a la naturaleza: "En tiempos inmemoriales se erigieron montañas, se desplazaron ríos, se formaron lagos. Nuestra Amazonia, nuestro chaco, nuestro altiplano y nuestros llanos y valles se cubrieron de verdores y flores. Poblamos esta sagrada Madre Tierra (Pacha Mama en aymara y quechua) con rostros diferentes y comprendimos desde entonces la pluralidad vigente de todas las cosas y nuestra diversidad como seres y culturas". Es un valor del Estado promover la suma qamaña (vivir bien) y el ivi marai (tierra sin mal).
Sin caer en un sentimentalismo estéril, creo que, si todos los países asumieran estos valores, el camino hacia políticas de contención de gases sería más fácil. Las voces de alarma ya no pueden ser despreciadas como profecías catastrofistas. La capacidad de autorregulación de la vida en la tierra es cada vez menor. Quién se lo iba a decir a Giordano Bruno, enviado a la hoguera por sostener que la tierra estaba viva. Los poderosos de la tierra estarían dispuestos, si no fuese demasiado estridente, a enviar a la hoguera a los que sostienen que la tierra se muere. A falta de una decisión tan drástica, dedican sus esfuerzos a desprestigiar a los científicos que dan la voz de alarma. La revista Nature ha desenmascarado el juego sucio de los grandes imperios industriales. Denuncia la incursión pirata en los ordenadores de los científicos de la Unidad de Investigación del Clima de la Universidad de East Anglia de Reino Unido para desprestigiar sus investigaciones.
James Lovelock escribió que la catástrofe de Nueva Orleans demostraba el poder letal de la tierra. Parecemos empeñados en revivir el mito del Anillo de los Nibelungos y ver nuestro Valhalla caer pasto del fuego que nosotros mismos hemos encendido. El libro que recoge sus artículos tiene un nombre muy sugerente: La venganza de la Tierra.
El presidente de Greenpeace España estuvo 21 días en una prisión danesa esperando un juicio por hacer oír su voz, quizás de forma inesperada, alterando la paz de los políticos con un lema que refleja el núcleo del debate ecológico: "Los políticos hablan; los líderes deciden". Por su parte, los sectores conservadores neoliberales transmiten a los ciudadanos que, si los acuerdos de una cumbre climática se hacen obligatorios, vamos camino de un Gobierno mundial que tendría poderes de intervención no sólo en políticas ambientales, sino en materia financiera económica y fiscal.
Todavía hay tiempo hasta que lleguemos a México 2010. Los representantes de India, que desempeñaron un papel decisivo en Copenhague, pueden acudir a la cita después de haber leído a Rabindranath Tagore y escuchado las canciones del campo.
La Sirenita está asustada. Mira incesantemente hacia la bocana, esperando que el agua de los glaciares del norte le llegue hasta el cuello, como la dibujó Forges en una viñeta imborrable. Cuando la marea le cubra la cabeza se habrá apagado el grito de la tierra.
José Antonio Martín Pallín es magistrado y comisionado de la Comisión Internacional de Juristas.
http://www.elpais.com/articulo/opinion/grito/tierra/elpepuopi/20100218elpepiopi_4/Tes
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